A 100 años de su nacimiento, se prepara para el próximo 11 de octubre de 2020 homenaje al escultor Edgar Negret

 Este escultor vivió en la localidad de Usaquén, en el barrio Santa Ana Oriental o Santa Ana de Usaquén. durante mas de cuarenta años. 

En su paso por este hermoso lugar de la ciudad, donó a la Asociación de Residentes de Santa Ana - ARSA, una de sus esculturas. 

Esta es mi crónica que recuerda el proceso de mas de un año, hasta conseguir su determinación. En ésta crónica, comparto apartes de ésta gestión.

Fotos: Magnolia Cortés R.

Sobre EDGAR NEGRET

 y su escultura en una zona verde del barrio Santa Ana de Usaquén 



A una petición informal de algunas señoras de la junta directiva de la Asociación de residentes del barrio Santa Oriental o Santa Ana de Usaquén, de pedirle al maestro Negret, que llevaba viviendo para 1994 más de 30 años viviendo en el barrio y nunca había hecho aporte a la organización cívica barrial, asunto que era voluntario por parte de los residentes, me puse en la tarea. Jamás imaginé que ese ejercicio me ocuparía cerca de dos años de gestión persistente y que la ingratitud de las lideresas iba a ser patente.  

Cada vez que pasaba por frente de la casa donde vivió el escultor, golpeaba en la puerta de la casa. Al comienzo, mis llamados desde la puerta, eran extraños, y dada la condición del barrio de estrato alto en la ciudad de Bogotá. Con el correr de los días y las semanas, mi presencia al frente de esa casa se fue volviendo más cercana a las personas que contestaban al timbre.   

Después de cerca de año y medio, un día, pensando que como las veces anteriores me pedirían que dijera mi nombre y les informara el número del teléfono de la oficina de la administración del barrio, donde me desempeñaba como gerente del barrio, me hicieron seguir. La empleada que me atendió me hizo seguir hasta la sala de la casa. Me dijo que esperara. Después de casi dos horas de estar recorriendo despacio los rincones de ese recinto, que era un poco oscuro, pero por las lámparas que fueron encendidas por parte de la empleada, pude ir mirando una colección fálica de origen indígena en donde se incluía una hecha en piedra bastante grande que se acercaba al techo. Esas piezas estaban en casi todos los rincones. Eran hechas de diferentes clases de materiales. Madera, cerámica, huesos, piedras de diferentes colores y texturas, era la materia prima con la que artesanos y artistas habían elaborado estos penes que me recordaban el: “Infiernito” en Villa de Leyva, que es un observatorio astronómico ancestral, elaborado con piedras con formas igualmente fálicas, que quienes le pusieron ese nombre, trataron de describir un sitio de evocación del placer, pero sin entender el nexo ancestral de la vida y su concepción.  

Después de un rato de recorrido, lento y paciente, sentí que alguien me miraba detrás de un biombo que estaba al frente de una puerta. Me sentí observado, pero a la vez, sabiendo que la curiosidad por estar mirando los objetos que estaban en la sala, decidí volverlo un juego. Lentamente me acerqué al lugar, mirando unos cuadros de paisajes y obras de pintores contemporáneos, me quedé mirando la calidad del trabajo del biombo, hecho en algún país del sudeste asiático, muy cerca de quien me observaba. Ya le sentía su respiración que no podía disimular. Después de acercarme, me retiré y me senté en uno de los sillones, dándole tiempo a mi observador de hacer lo que le convenía, sentí que abandonó el lugar y a la vez me adueñé de ese momento. Nunca hice un comentario sobre este momento con el maestro Negret. Después de un rato no muy largo, apareció el maestro, por la puerta principal. Me saludó y me pidió que le explicara el motivo de mi visita. Comencé ponderando su colección, a lo que respondió contándome que los guaqueros, enterados que el recibe esa parte de los hallazgos que a otras personas no les interesaba, el los recibía. Le dije que pretendía de mi parte, a lo que, como buen colombiano, criticó la organización y algunos incidentes que ha tenido con vecinos, sin contar con alguna vez, hace años, que los ladrones robaron su casa. Él, como parte del juego, me pidió que subiera por la puerta que estaba detrás del biombo, indicándome que subiera por las gradas que seguían. Me sorprendió que era un recorrido iluminado, y por los costados en las paredes, había igualmente cuadros. Me llamó la atención un árbol genealógico que termina en “Atahualpa” y él aparecía en una de las ramas.  

Cuando llegué a la tercera planta, me sorprendí al llegar a la habitación principal, donde encontré urnas funerarias indígenas. Una en cada esquina de la cama, donde seguramente él dormía. No me aterró. Conocí al exparlamentario y artista Guillermo Martínez-Guerra, quien, en una entrevista para una revista muy conocida, contaba que dormía en un cajón funerario. Su alcoba era el eje de la terraza, lugar a donde quería que fuera para ver los árboles de la casa vecina, que estaban muy inclinados y que temía que se cayeran sobre su casa.  

Un día el maestro, llegó a la oficina para regalarme con dedicatoria su autobiografía que le había ayudado a escribir Daniel Samper Pizano. Ese día me dijo que donaría una de sus esculturas al barrio, como aporte a la Asociación. No era muy locuaz en la comunicación, pero al igual como lo veía cuando caminaba por las calles del barrio o de sectores aledaños, siempre llevaba un abrigo grueso y un sombrero que le servía para esconder su calva característica, con el que recorría las calles, sin que nadie lo descubriera.    

Finalmente, después de unos meses, la Asociación hizo una ceremonia especial, en donde fue descubierta la escultura. Para esos días, yo ya había dejado mi cargo en ARSA y ya me desempeñaba como edil de Usaquén. No me invitaron. Por varios años nos encontramos siempre de casualidad caminando. Me contó que compró una casa en el barrio Miranda, en donde organizó un lugar de exposición de sus obras. Lugar a donde he ido.  

El libro, lo tuve encima de mi escritorio hasta cuando renuncié a mi cargo. Se que muchos lo vieron.  

 

Bogotá D.C., 3 de septiembre de 2020  

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